viernes, 31 de octubre de 2008

NARILA

Después de tantísimos años visitando,viviendo y saboreando Narila(Alpujarra)tengo la enorme necesidad de dejar en este blog algunas huellas de su belleza .
Si tuviste la suerte de conocerla ,dejame escrita algunas sensaciones .


Colin








Cumpleaños en Narila . MILENA CASANOVA

Tintan los pájaros
con sus voces
la paz masticable
de Narila.
Frente al barranco
septiembre
se va desmadejando
y yo le resto a mi vida
un año más,
otro año de heridas
y de gozos,
otro y otro año
y así hasta que acabe
pareciéndome a mi sombra


Narila 13 de septiembre de 2008

Cementerio de Narila: Fragmento Poema de Enrique Morón

"(...)Subimos lentamente,
que la amistad no es nunca presurosa,
y estrecha la serpiente
del sendero buscaba, jubilosa,
un olmo sosegado
en donde platicar con más cuidado(...)"

Narila ( Alpujarra )

jueves, 30 de octubre de 2008

MÚSICA PARA UNA DESPEDIDA

El Libro de Artista o caja de sensaciones.

Ese doble homenaje lo hacemos a través del “libro de artista” o “caja de sensaciones” que en su definición básica, viene a ser una obra creativa que quiere cumplir una de las máximas del arte total: integrar todas las artes posibles a la búsqueda de un lenguaje universal que haga que esta caja sea mágica y comprensible por cualquier lector de cualquier cultura y en cualquier lugar del mundo.
De las múltiples variedades de tipologías (tantas como creadores) el “libro-objeto” lo utilizamos por los motivos siguientes: a) simplemente porque nos recuerda en algo al libro tradicional; b) representa para el autor un instrumento eficaz donde proyectar sus sentimientos personales; c) busca un lenguaje multidisciplinar y tridimensional adecuado a las intenciones creativas, etc.

miércoles, 29 de octubre de 2008

las cicatrices del agua













Las cicatrices del agua
nos miran.
Sospechan que somos culpables
de todas sus heridas.

Marta Navarro García

Dr HANNIBAL LECTER


Como bien decía el Dr. Hannibal Lecter: "Sé agradecido, nuestras cicatrices tienen el poder de recordarnos que el pasado fue real".

JDJAZZ

martes, 28 de octubre de 2008

CICATRICES EN EL CIELO :JAVIER CORCOBADO

Andando por el filo de un cuchillo,el dolor es un ángel desarmado.Bebiendo de la copa del diablo,el arco iris es un desgraciado.Hay cicatrices en el cielo, cicatrices en el cielo que duelen.Hay cicatrices en el cielo, cicatrices en el cielo que duelen.Andando sobre el carbón del amor,la sangre es un triste pasatiempo.Andando sobre el carbón del amor,la sangre es un triste pasatiempo.Pero cuando mis perlas salpican tu cara,mi respiración es una nieve brillantey cuando tu voz se acerca a mi voz,las cicatrices del cielo desaparecen,las cicatrices del cielo ya no llueven.Ya no llueven, ya no llueven,ya no llueven, ya no llueven.Ya no llueven, ya no llueven,ya no llueven, ya no llueven ...

BELLAS CICATRICES








El obispo cirujano
que habita en mi interior
me dijo que haría
él mismo la operación.

Ábreme y cóseme,
quiero una buena cicatriz
púrgame la mala sangre,
y hazme sonreír.

El obispo cirujano
que habita en mi interior
me dijo que haría
él mismo la operación.

Ábreme y cóseme,
quiero una buena cicatriz,
púrgame la mala sangre
y hazme sonreír.

Cicatrices que
son mis mejores amigas,
tan bellas como la vida,
un gran regalo de dios.

Cicatrices que
me tratan como a una hija
para dar la bienvenida
a nuestra vieja amiga ...
la espiral ...
la espiral ...
la espiral ...

Triángulo De Amor Bizarro
¿Aún no tiene usted una cicatriz? ¡La cicatriz nunca pasa de moda!
Una cicatriz es algo que se lleva con dignidad, y toda cicatriz entraña una vieja historia, un recuerdo que compartir con los amigos o la pareja frente a la chimenea. Piense en lo mal que quedaría entre sus relaciones si todos empiezan a enseñar sus cicatrices y usted no posee ninguna. ¡Convénzase: una cicatriz es chic, pero también un complemento necesario para el cuerpo humano!
Donde esté una buena cicatriz que se quiten los tatuajes, los piercings y las escarificaciones. La cicatriz natural los supera a todos. Pero, claro, usted no quiere que le salga en cualquier parte, ni que sea una cicatriz fea. Con el Scar Maker no tendrá usted ninguno de esos problemas. El Scar Maker produce todo tipo de cicatrices al usuario, dependiendo de sus gustos personales. ¿Cicatriz de lata de sardinas? Scar Maker. ¿Cicatriz de jamonero? Scar Maker. Incluso un accidente de coche puede ser reproducido con su Scar Maker sin riesgo alguno para usted o su familia.
¿Quiere usted una buena cicatriz que llevar con cariño, y de la que poder presumir ante su círculo de amigos? Entonces necesita Scar Maker. Recuerde que Scar Maker no se vende en tiendas. Si llama al teléfono abajo indicado en el plazo de media hora, le enviaremos dos Scar Maker por el precio de uno, además de un botiquín de primeros auxilios para poder curar la herida de la que saldrá su preciosa cicatriz Scar Maker.
Recuerde, Scar Maker es la solución a sus problemas. Porque la cicatriz es bella, porque una cicatriz oculta siempre una interesante historia, porque la cicatriz le diferencia de todos los demás. Scar Maker. Rechace imitaciones.



CICATRICES BELLAS

"Los mejores psicólogos son las cicatrices."
Javier Crux
Cicatrices bellas
Mi piel se ha transformado... no la reconozco, no volverá a ser la misma, será una piel con marcas, una piel con historia, la historia de mi trabajo... hace unas semanas llegó un niño con varicela... yo al principio no sabía que esas costras eran de eso... y cuando el médico le dió el diagnóstico, yo lo primero que pensé es que había quedado con ir a ver a Aurora, está embarazada... y me preocupaba que el virus pudiera estar en mí y pasárselo a ella y al bebé que espera... pero el médico todo convencido (ya lo pillaré yo) me dijo que si yo estaba vacunada ni la pasaba ni la pegaba.... menos mal.Ahora una suerte de ampollas y costras de todos los tamaños y formas decoran mi cuerpo, como antes de saber lo que eran rasqué unas cuantas.... intento no rascarme, pero tengo costras que sé ya que cuando caigan dejarán la marca de su paso por mi cuerpo, mi escote, mi barriga, mi pecho, ahora tendrán una historia que contar.... no quiero más cicatrices que las que tengan que quedar, no me voy a rascar para que queden más, pero tampoco pienso que vayan a afear mi piel, que a partir de ahora la tenga que esconder, ni que ya no sea perfecta...Todo esto viene por un post en el que alguien comentaba que su a su sobrina le habían dicho que no era perfecta por una cicatriz, a mí sinceramente, una cara sin cicatrices, sin arrugas, sin historia... me parece una cara falsa, normalmente está cubierta por 3 kilos de maquillaje, o un photoshop .... Vivan las pieles con historias que contar... vivas las canas que indican que seguimos vivos, viva el paso del tiempo y lo que nos depare...A partir de ahora tendré una piel con una historia, de un virus que mutó, o que vino de otro país y por eso, mi vacuna no sirvió de nada esta vez, por eso... aunque Aurora no estuvo en peligro porque ya la pasó de pequeña, yo sí que la cogí, y llevo una semana recluída en mi casa viendo como el mapa de mi piel va cambiando, viendo cómo se va imprimiendo una nueva etapa, cómo desde el interior mi cuerpo está respondiendo para defender el exterior, para echar este virus

ANÓNIMO

lunes, 27 de octubre de 2008

EL OLIVO Y SUS CICATRICES














Remordimiento de los árboles


Antonio Muñoz Molina


BABELIA - 08-11-2008
Como en una película de miedo la sombra de un gran árbol de ramas desnudas se proyecta cada anochecer contra el torreón de un palacio. En este otoño de vendavales la lluvia oscurece más aún el tronco muerto y colosal, la sombra exagerada por los reflectores y estremecida por el viento. La estampa de truculencia gótica puede verse a diario en la esquina de María de Molina y Serrano, en un Madrid que de un día para otro se ha vuelto invernal, al mismo tiempo que el cambio de hora adelantaba la noche. En esa esquina, detrás de las tapias del Museo Lázaro Galdiano, en medio de un jardín donde el otoño avanza con una lenta opulencia, hay un haya que parece ya abandonada al invierno, derrotada por él, el tronco con negruras de tizón, las ramas retorcidas, sin ninguna hoja, la base asaltada por excrecencias de hongos. Un árbol muerto y caído entre la maleza de un bosque forma ya parte de los ciclos orgánicos de la descomposició n y la fertilidad. Un árbol cortado con las sierras eléctricas, desollado de su corteza, amputado de sus ramas, es ya el ataúd de sí mismo. Pero un árbol recién muerto y todavía intacto y en pie es una presencia trágica, agigantada por su propio tamaño y por la duración literalmente sobrehumana de su vida.
"Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo", escribe Rubén Darío, con su tristeza lapidaria. No creo que Miguel Ángel Blanco, el artista que ha ideado la proyección de la sombra del haya contra la torre del museo, esté de acuerdo con ese dictamen. A Miguel Ángel Blanco lo conocí en un stand de Arco hace años, y sólo recuerdo que me pareció una de esas personas muy apasionadas por aquello que hacen, sobre todo si aquello que hacen es una cosa muy singular a la que casi nadie más presta atención. Blanco hacía libros, libros de árboles, libros con árboles, cajas de madera que se abrían y tenían en su interior hojas con grabados o dibujos de formas vegetales y también hojas de árboles, hojas y trozos de cortezas, ramas secas, astillas, láminas de madera con su geometría de dendritas, piñones ordenados en espirales o en círculos. Aquellas cajas contenían una rara intuición poética, porque en ellas estaban dos de las cosas que más me gustan en el mundo, los árboles y los libros, y al juntarse, como las mejores metáforas de la poesía, revelaban la profunda unión entre las dos: tocas un libro y estás tocando la consecuencia remota de un árbol; y si las hojas del árbol y las del libro, siendo objetos tan distintos, llevan el mismo nombre, será porque hay otra profunda identidad entre ellas.
Me olvidé de Miguel Ángel Blanco y sus cajas, de su biblioteca de árboles, pero a lo largo de los años me he ido haciendo aún más aficionado a ellos, por esos cambios de la vida que lo llevan a uno a prestar más atención a la naturaleza y a ser más exigente con los simulacros del arte, y mucho más desconfiado de los fetichismos culturales. Cuando era joven y quería ser novelista sabía muchos menos nombres de árboles que de directores de segunda fila americanos. Creía enfáticamente que mi oficio era nombrar el mundo y de todo el reino vegetal sólo podía reconocer unas cuantas hortalizas y los pocos árboles de mi dura tierra de secano: álamos, acacias, olivos, higueras, granados. Como todo literato estaba convencido de poseer una sensibilidad extrema, pero, aparte de para la pintura o el cine, era miope para casi todo lo que no estuviera en los libros. Éramos una generación de pueblerinos empeñados ansiosamente en demostrar nuestras credenciales urbanas; nada era más provinciano en nosotros que la vehemencia de nuestro cosmopolitismo.
No parece que Miguel Ángel Blanco sea un converso reciente al amor por los árboles. Da más bien la impresión de que cuando no está en su estudio haciendo dibujos de árboles o inventando cajas y libros va por el mundo en busca de los grandes bosques y de los ejemplares solitarios más célebres, no para verlos como monumentos o piezas de museo sino para encontrarse con ellos como un peregrino que viaja en busca de la presencia y de la sabiduría de un maestro o un santón de ancianidad venerable. En una sala del Lázaro Galdiano, a la sombra del haya roja que acaba de morir y que es propio monumento funerario, los libros de árboles de Miguel Ángel Blanco tienen una cualidad de estuches de reliquias y de cuadernos de un diario de viaje que es también el testimonio de una pasión, a la vez ética y estética, sentimental y política. Uno entra del jardín y huele a savia, a resina, a madera. Las cajas están abiertas bajo las vitrinas, pero gusta imaginarlas cerradas y ser uno quien las abre, quien pasa esas primeras páginas de papel hecho a mano, liso o ligeramente áspero, oloroso a vegetación, hasta encontrar el tesoro escondido en el fondo de cada libro, que es una huella material y una delicada composición de formas, y también la historia de un árbol y la del viaje que llevó hasta él: un fragmento de un nogal de trescientos años abatido por el viento en Cercedilla en 1990; seis hojas de un ficus religiosa que es descendiente de aquel bajo el que estuvo sentado Buda hasta recibir su iluminación; una astilla del árbol del incienso de la faraona Hapshepsut; un renuevo impreso sobre cera violeta del ciprés-enebro que plantó San Juan de la Cruz en Segovia; unas cortezas de un roble de más de cuatrocientos años de los bosques de Polonia; unas rodajas de encina taladradas por los túneles del escarabajo Cerambyx que la mató; unas raíces de palmera sobre algodón egipcio y arena del desierto de Nubia; las últimas hojas secas del haya del jardín...
Los árboles tienen siempre las de perder ante el hombre, escribe con rabia Miguel Ángel Blanco. Ahora mismo, en cualquier lugar del mundo, hermosos árboles indefensos están siendo quemados o talados, y tras su desaparición viene el desierto. El hipnotismo del arte vuelve contagiosa la obsesión que lo originó. Voy por Madrid y me fijo más en la población inmóvil de los árboles que en el hormigueo de mis semejantes. En vez de entrar en el Museo del Prado me quedo admirando los cedros gigantes a lo largo de la fachada y un almez junto a la esquina sur en el que no había reparado hasta ahora. Doy la vuelta para mirar de cerca y tocar las puertas formidables de Cristina Iglesias, que tienen algo de bosque fosilizado en bronce. Estoy escribiendo y al tocar la mesa pienso con remordimiento en el árbol que debió ser talado para hacerla, en los fantasmas de los árboles sacrificados para las estanterías y los libros de mi biblioteca. Miro con emoción recobrada el pequeño cuadro con un marco de cristal donde hay pegadas dos hojas del magnolio que plantó William Faulkner en su jardín de Oxford, y que mis amigos Manolo y Teresa nos trajeron de un viaje a Misisipi hace doce años. -